(Parte 0.50)
Para ella y solo para ella, que sabe muy bien quien es…
Teníamos un trato,
o al menos eso creía yo:
Mi parte del acuerdo era publicar
las cuatro cuartillas que ella me había inspirado a escribir
luego de nuestra última
(y, al parecer, única)
conversación…
Me había jurado a mi mismo
que no iba leerle ni mostrarle a nadie esto,
solo a ella,
hasta que intercambiáramos palabras una vez más…
Pero ella me pidió que publicara estas líneas…
Y yo aun no sé cómo decirle que no a lo que sea que ella me pida,
pues hasta sus más leves insinuaciones son órdenes tajantes para mi…
Yo ya cumplí con mi parte…
Y aun espero que ella cumpla con su parte del acuerdo…
Pero cada día que pasa pierdo más las esperanzas en que lo haga,
púes su actitud hacia mí es cada vez tan distante y fría
como un iceberg en medio de la Antártida…
Yo esperaba más
de la mujer que hizo que la sangre en mis venas
volviera a arder
y que mi corazón latiera con fuerza una vez más,
cuando ya yo había perdido toda esperanza
de volver a sentir el escalofrío de la pasión en mi piel…
Tal vez sea que a mi Musa le gusta verme sufrir…
O tal vez sea algo mucho más sencillo,
pero a la vez mucho más cruel:
Que ella no es mi musa,
ni nunca lo ha sido…
Eso lo explicaría todo…
Pero hasta el sol de hoy sigo dándole el beneficio de la duda al destino…
Aun recuerdo,
como si fuera ayer,
nuestra última
(y única)
conversación…
Estaba yo hundido en lo más profundo
de la peor depresión por la que he tenido que pasar en toda mi vida
y vagaba sin rumbo
por los pasillos de la Universidad,
con la mirada clavada en el piso,
mordiéndome los labios de desesperación
y de rabia
y conteniendo,
con las pocas fuerzas que aun me quedaban en aquel entonces,
las ganas de llorar…
Y de pronto ahí estaba,
frente a mí,
con esa sonrisa suya capaz de atravesar muros de roca solida,
mirándome a los ojos como si de verdad yo le interesara…
Y me habló…
Y debatimos sobre filosofía,
literatura,
poesía,
arte
y cultura universal,
como jamás lo había hecho con nadie
y como jamás hubiera podido imaginar
que iba a poder hacerlo con ella,
porque el concepto que tenía yo de ella,
hasta ese momento,
es el que ella era un ser indescriptiblemente hermoso,
pero con una capacidad intelectual
inversamente proporcional a su apariencia física,
una hermosa escultura de carne y hueso,
piel y sangre,
pero hueca y vacía por dentro, como todas las esculturas…
Y me encantó darme cuenta
que todo lo que alguna vez creí que ella era,
era mentira…
En realidad ella era la mujer más maravillosa del mundo,
la más interesante,
la más inteligente,
la única que había entendido totalmente
todo lo que yo había dejado plasmado en palabras en mis escritos,
y sin necesidad de que se lo explicara antes de que conversáramos al respecto…
Y me enamoré,
me enamoré de ella como el imbécil soñador que sigo siendo…
Y esperé con ansias nuestra próxima conversación…
Y esa conversación nunca llegó…
Y pasó el tiempo…
Y seguí esperando…
Y poco a poco se fue marchitando todo aquello tan hermoso que sentía por ella, como una flor cuando la arrancan de la planta para usarla como adorno…
Y lo que ella había inspirado en mi,
al igual que una flor marchita,
se quedó solo como un despojo,
como un cadáver,
hermoso, si,
pero cadáver al fin y al cabo…
Es mi culpa,
solo mi culpa
y nada más que mi culpa
el haberla idealizado tanto…
Y cuando ya me había casi convencido
de que nuestra conversación
no fue más que un mal chiste de mi hiperactiva imaginación,
ella volvió a hacerme el honor de dirigirme la palabra,
así, sin más, de la misma forma como se había ido,
sin causa ni motivo aparente,
como salida de una novela de Paulo Coelho…
Y nuevamente,
como un imbécil,
sucumbí a sus encantos…
E hicimos un trato, o eso creía yo…
Y ahora, publicaré lo que escribí para ella,
solo para ella, tal como ella me lo pidió…
Y seguiré esperando a que ella tenga el valor de cumplir con su parte del trato…
Aunque, la verdad, no guardo muchas esperanzas al respecto…
Pero al menos lo intentaré…
Porque ella es mi musa,
mi ángel,
mi diosa…
Y por eso,
como pasa con todo lo etéreo,
por eso yo a ella no la puedo tocar…
Tal vez sea cierto
y si soy un imbécil soñador
que se ha enamorado solo…
Pero enamorarse,
así sea solo,
es un arte…
Y esta es mi obra maestra…
Por: Ezequiel
(César Santos Jr.)
septiembre6@hotmail.com
(507) 65934165
20 de Junio de 2011